Siete hilos de
alambraos
a cada lao de la
calle,
y sobresale el detalle
de que están muy bien
cuidaos,
los alambres estiraos
que sostiene el
esquinero,
son como cuerdas de
acero
con sus bordonas
prolijas
donde ajusta sus
clavijas
un firme torniquetero.
Callejón bien ancho y
largo,
por vos pasaba la
tropa,
al grito del “¡hopa,
hopa!”
de la siesta en el
letargo,
quedaron como de
encargo
las varillas y
tranqueras,
porque vos el paso
eras
para la marcha obligada,
que arreaba pa’ la
tablada
tropas y tropas
enteras.
Entre tus hondas
cunetas
aún crecen los
duraznillos,
y alzan los cardos
castillos
sus espigadas
siluetas,
cuántas y cuántas
carretas
cruzaron esas mañanas,
que ahora evoco
lejanas
en polvorientos recuerdos,
igual que los bueyes
lerdos
respondiendo a las
picanas.
Viejo callejón, te
asomas
tras de los sauces de
copas,
y allá muy lejos te
topas
con el arroyo y las
lomas,
después del puente
retomas
tu tradicional
anchura,
cruzas un campo ‘e
pastura
y allá contra el
horizonte,
trasponés el viejo
monte
sin pederte en su
espesura.
Y moría en los
corrales
donde en prueba de tu
arte
llegaban de todas
partes
centenares de
animales;
hoy crecen los
pastizales
porque ya nadie te
cruza,
ningún tropero te usa
y en tu tranquerón
dormido,
hoy te saluda el
chistido
de la nocturna
lechuza.
Otro camino asfaltao
que no le teme al
invierno,
más transitable y
moderno,
callejón, te ha
desplazao;
que solitario has
quedao
sufriendo la
humillación
del progreso,
callejón,
donde la vista se
pierde,
perdura la alfombra
verde
cual puntal de
tradición.
Versos de Roberto G. Morete
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