Cuando
levanté mi alero
hice, con leñas del monte,
mirando pa’l horizonte
la puerta con mucho esmero,
procurando que el lucero
pueda tranquilo pasar
cuando me pongo a matiar
apenas el día levanta
y el gallo a toda garganta
sabe con fuerza cantar.
un
par de ventanas chicas
sin
rejas, porque eso explica
que
en mis pagos no hay cuatreros;
sobre
una esquina el “aujero”
redondo
como mis ojos,
brocal
de ladrillos rojos
donde
el balde se fatiga
cuando
el calor me castiga
y yo
de adrede lo mojo.
Al
cerco que lo rodea
pa’
qué ponerle candao?
es
triste sentirse atao
y que
la gente lo vea,
si
algún viajero se apea
hay
agua, yerba y porrón,
cobija,
catre, colchón,
carne
en el gancho colgada
y una
guitarra templada
por
si anda medio tristón.
Como
el techo es de totora
le
dejé el tuse corrido
pa’
que lleguen y hagan nido
todas
las aves cantoras,
frente
a la acción destructora
del
tiempo sobre las cosas
jazmines,
dalias y rosas
le
planté en todo el terreno,
pa’
que adornen por lo menos
la
sencillez de mi choza.
Mi
perro, por ser prudente
jamás
conoció collar
aunque
al sentirlo ladrar
se
arrocina el más valiente;
me
avisa si viene gente,
luego
da vuelta y se va,
pero
siempre alerta está
igual
que un tigre en acecho,
celoso,
porque en mi techo
encontró
comida y paz.
En un
rincón la herramienta
descansa
bien ordenada:
rastrillos,
picos y asadas
y
alguna pala herrumbrienta;
a mis
años la osamenta
ya no
se quiere agachar,
solo
trato de cuidar
lo
que gané trabajando
y me
entretengo arreglando
las
cositas del hogar.
Mi
rancho es igual que un lazo
por
gaucho, sencillo y güeno,
la
lluvia, el viento ni el trueno
le
han hundido el espinazo.
Allí
está, parece un brazo
levantao
y comedido,
paisano
que ande perdido
arrimese
sin temor
que
al rancho de un payador
siempre
será bienvenido.
Versos de Juan Ramón Aristeguy
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