Galpón de la
estancia vieja
al abrir tu puerta
oscura
siento la triste
amargura
de una vida que se
aleja.
En tu paré se
refleja
todo un tiempo
amontonau,
la humedá que se ha
ganau
te saca el revoque
a gatas
y asoman las
alpargatas
en barro crudo
asentau.
Al mirar hacia un
rincón
donde hay manchas
de humareda
en donde más de un
linyera
le diera vida a un
fogón;
tan solo quedó un
cajón
comido por las
poliyas
con herraduras,
variyas,
varios pedazos de
fierro
y sin badajo un
cencerro
quién sabe de qué
tropiya…
Se ha tumbao una
nortera
con el máiz
amojosao,
una laucha la’aujeriao
pa’ verle un
granito afuera;
del viejo arao de
mancera
quedó la reja
oxidada
y de aquellas
choriciadas
tan solo quedan las
cañas
donde las telas de
arañas
tienen moscas enredadas.
Un catre patas
gastadas
que ya no tiene
remedio
con la lona desde
el medio
al otro extremo
rajada.
Sobre dé’l quedó
tirada
una revista “El
Hogar”,
hay un tarrito a la
par
que todavía se
conserva
de “Salus”, aqueya
yerba
con la que aprendí
a matear.
Entre la paré y el
techo
el tiempo le dejó
un hueco
donde con pastito
seco
la ratonera hizo un
lecho;
junto a ese nido
maltrecho
están colgao los
aperos,
resecos y cortao,
fieros;
un freno copas de
plata
y entre eso aparece
a gatas
un par de zuecos
tamberos.
Vuelvo a cerrarte
la puerta
pa’ echar de nuevo
cerrojo,
y una lágrima en
los ojos
del letargo me
despierta.
Verte así me
desconcierta
mi vieja y gaucha
guarida,
es que en cada
atardecida
más lejos te estoy
sintiendo
o será que están
cediendo
los horcones de mi
vida.
Versos de Enrique
Mario Cabrera
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