1
Recién diez años tenía,
fui a trabajar de boyero,
pasaba días enteros
con tres perro’e compañía;
cuantas veces me dormía
apoyado al paraíso,
o montado en el petiso
viejo, bichoco, tobiano,
que por áhi
movía las manos
como dándome un
aviso.
2
Temprano de madrugada
orientado por los perros
o el tañido del cencerro
campeaba la caballada;
las alpargatas mojadas
por la escarcha o el rocío,
aunque tiritando ‘e frío
pensaba con alegría
que a mi madre llevaría
¡seis pesos!, el sueldo mío.
3
De esa forma fui creciendo
observando con esmero,
y el trabajo ‘el chacarero
despacio fui comprendiendo,
o mejor dicho, aprendiendo
como esto que detallo:
a empecherar los caballos
pa’ atarlos bien al arado,
¡cuántas veces me han pisado!
Lo que gritaba... lo callo.
4
Tuve que arar y sembrar,
ayudar en la carneada,
atar bien la choriceada
y colgarlos pa’ secar;
también me tocó ordeñar
luchando con los terneros,
arreglar bien los chiqueros,
batir pa’ hacer la manteca,
dar de comer a las cluecas
y echarle pasto al nochero.
5
Así se pasó mi infancia
en mis Pagos de Arenales,
entre maizal y trigales
y del lino la fragancia.
Pa’ todo tuve constancia
y supe andar el camino;
hoy pienso que es mi destino
pasar sin hacer barullo
¡conservando alto el orgullo
de saberme campesino!
Versos de Manuel
Rodríguez
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