Disculpe Miguel González
si en una forma atrevida
cuento algo de su vida
y de lo mucho que vale;
espere a que yo iguale
las cuerdas de mi instrumento
y de que suelte al momento
mi voz pura de paisano
para que recorra el llano
enancada en los vientos.
en la costa ‘e Punta Lara
y le broncearon la cara
entre el sol y el pampero;
en los trabajos camperos
ponderiao como el mejor
demostrando gran valor
boleando en campo raso,
y en el cimbrón con el lazo
baquiano y calculador.
Si habrá cruzao los bañao
en épocas de creciente
luchando con la corriente
para salvar el ganao;
penurias habrá pasao
en las bravas travesías
poniendo su fe y baquía
para cruzar los arroyos.
Tirando con todo el rollo
supo asentar su valía.
Días felices llegaron,
conoció a su compañera
y a la usanza más campera
en el “Piria” se casaron,
cuando los meses pasaron
llegó la hija primero
-que cuidaron con esmero
en tibio nido ‘e terrón-,
el segundo fue el varón
que le salió bien campero.
Cincuenta años trabajó
con honradez y constancia
y en aquella misma estancia
a jubilarse llegó;
a lo suyo se entregó,
se le agrandaron los callos
tironeando los caballos
cuando formó la tropilla
con la que hizo maravillas
al pisar suelo uruguayo.
Hoy que ya ha llegado a viejo
contento de ser abuelo,
pa’l paisano de este suelo
éste gaucho es el espejo.
Mi homenaje acá le dejo
con respeto y emoción,
se me agranda el corazón
-casi del pecho se sale-
gritando: ¡Miguel González,
un puntal de tradición!
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