Noche de estío sumida
en un profundo letargo,
como un crespón ancho
y largo
sobre la tierra
extendida.
La llanura adormecida
rodea al estero
callao;
está el silencio posao
sobre forma…
indescriptible;
como un pájaro invisible
pero agorero y pesao.
En los brazos de la
brisa
la enorme selva se
acuna
y con palidez de luna
su sangre el ceibal
matiza.
Lentamente se desliza
por la cuesta del
paraje
una gran tropa salvaje
perezosa y ondulante,
como una boca gigante
que va buscando el
follaje.
Flotan sobre la
hondonada
gritos juertes y
alargaos,
y silbidos prolongaos,
que empujan la
novillada.
Aletean entrelazadas
las melenas y las
vinchas,
y, mientras que corta
o pincha
-filosa como navaja-
llora al morder la
rodaja
en los hilos de la
cincha.
La fatigante tarea
va floreciendo en
sudor,
y entre el polvo
cegador
los ponchos
relampaguean.
Una coscoja granea
el ambiente matizao,
y bajo el cielo estrellao
-que el orbe infinito
abarca-
van rajando la comarca
los balidos del ganao.
En el bajo, o la
cuchilla,
con un ritmo acompasao
ante el cencerro
cansao
picotiando la
tropilla.
Los flechillales se
humillan
ante esa calma
apasible,
y algún relincho
terrible
que estaya de trecho
en trecho,
hiere al silencio en
el pecho
como una flecha
invisible.
Después el
chisporroteo
de un gran fogón
campesino
pone a un costao del
camino
punto final al arreo.
La hacienda forma un
rodeo;
humean las pavas
chillonas,
el mate, la rueda
entona,
enfrente a un lecho de
brasas
lloran lágrimas de
grasa
los asao de una
mamona.
Versos de Wenceslao
Varela
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