-Muy buenos días, patrón,
¿no sabe con cuantas ansias
he regresao a la estancia
después del trance durón!;
‘toy a su disposición
pa’ lo que guste mandar,
no me voy a resignar
es mi costumbre campera,
y junto a mi compañera
vuelvo dispuesto a luchar.
Ni bien el sol asomaba
coloriando el horizonte
y sus rayos tras el monte
por el campo desplegaba,
la zaina grande bufaba,
ya l’había atao al charré,
tabaco, galleta alcé,
un churrasco por supuesto
y pa’ regresar al puesto
a Carmen la convidé.
La zaina venía trotiando
como quien va con urgencia,
claro, a ella la querencia
como a mi, la iba llamando;
pasé el puesto de Servando
y cuando llegué a la esquina
del campo de Don Molina
y divisé el callejón,
se me’scapó un lagrimón
y me abracé con mi china.
Ni bien bandié’l primer cerro
me relinchó la azuleja,
y parando las orejas
hacía sonar el cencerro,
ya sentí toriar los perros,
se enderezó la majada,
el chajá en su clarinada
puso el campo en atención
y el tero siempre gauchón
anunciaba mi llegada.
Me había comentao Mansilla
-al que ví en dos ocasiones-
hallé los perros tristones
y sumida la tropilla;
se me vino la gramilla
del puesto hasta los corrales,
hay dos grandes matorrales
que me han rodiao el palenque
y en el galpón, al rebenque
lo hallé junto a los bozales.
Mas no importa, Don Ramón,
comienza una nueva vida
y como en mi pecho anida
un gauchazo corazón,
le traigo una invitación
ansí se va preparando,
después le sigo contando,
hay mucho más por supuesto,
pero ahura arrímese al puesto
que Carmen ‘ta cocinando.
Versos del Paisano Mireya
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