Tenga cuidao, Salustiano,
que es nuevito el colorao
y aunque algo lo he
trajinao
y en el campo para a mano,
a Secundino Lozano
ande le mostró el talero
pegó un arrastrón tan
fiero
qu’enantes que se aperciba
lo dejó la ráiz pa’ arriba
estropeándole el sombrero.
Le digo pa’ su gobierno,
que yo… ¡ni así me confío!
El pingo es de lomo frío
y en las mañanas de
invierno
ni salido del infierno
v’hallar animal más loco
si a pie no lo mueve un
poco
enantes de enhorquetarse,
porque es capaz de
boliarse
de puro geniudo el zoco.
Por precaución, pa’ montar
mancórnelo, porque esquivo
en cuanto pise el estribo
el cuerpo le va a sacar.
Después me querrá contar
cómo le fue en la boliada
con este pingo que Almada
me dejó cuando se fue
y que yo le presto a usté
pa’ hacerle a la
desplumada.
Por mí duerma sin cuidao
-dijo Salustiano Soja-
si esta garuga me moja
lo tiro al poncho encerao!
Y sin más al colorao
confiao se le enhorquetó
con las riendas lo animó
y después de un trotecito
zapateando un galopito
de las casas se alejó.
Por ver qué puntos calzaba
enfiló para el potrero
mientras
don Pablo, el puestero,
dende el patio l’oservaba.
El colorao escarciaba
cambiando
a trechos de mano
como si quisiera el llano
arrasar con su vigor,
y sentao como un dotor
lucía su estampa el
paisano.
Ni bien pasó la tranquera
dejando a
un costao la senda
largó el
pingo a media rienda,
desató las ñanduceras,
y cruzando a la carrera
en el recao se empinó:
con juerza las revolió
a todo lo largo’el brazo.
y un soberano bolazo
al palenque le encajó.
Iú piú jú jú! El alarido
cortó el aire como hachazo
y una perdiz como hondazo
se hizo perdiz de un
volido.
De la perrada el ladrido
se oyó al punto
consecuente
y con la sangre caliente
después de la atropellada
era como el as de espadas
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