He conocido a un paisano
con dotes de güena gente
al qu’he tratao, diariamente,
en matiadas mano a mano.
Campero el hombre, baquiano,
siempre andaba bien montao
en un “oscuro tapao”
ande’l sol, dende la altura,
chispiaba en la plata pura
de su lujoso emprendao.
Tropiyero de una estancia,
sus pingos sobresalían
y ande quiera se lucían
por su gayarda prestancia.
Con marcada relevancia
siempre estaban bien tusaos,
prolijos, desraniyaos,
con las colas al garrón
despuntadas a facón,
y los vasos recortaos.
La madrina, “zaina overa”,
de cola larga hasta el pasto,
se pegaba contra el basto
cuando diba a la sidera.
Siempre atenta y muy austera
era un lujo verla al trote,
colgaba de su cogote
-con el badajo del fierro-
un reluciente cencerro
marca “Ciervo”, bien grandote.
Nueve “picazos overos”
completaban la tropiya,
verdadera maraviya
pa’ lucirla en entreveros.
En los desfiles puebleros
cuando ante’l palco paraban
los nueve pingos formaban
en una fila perfeta
y junto a la yegua quieta
mansamente se apretaban.
Uno solo, redomón ,
lucía un largo penacho
en el tuse, y vivaracho
mostraba su condición;
con pacencia, su patrón
horas con él se pasaba,
a campo ya lo agarraba
con una sapiencia tal,
que mostrándole el bozal
al trote se le arrimaba.
Ya el tropiyero ha partido
des’ta tierra, y “los picazos”
talvez siguieron sus pasos
hacia el pago del olvido.
Va un ricuerdo merecido
pa’ este gaucho al por mayor
que hoy andará, a lo mejor,
con su tropiya de estreyas,
por las celestiales güeyas
del los campos del señor.
Versos de Arnoldo Daniele
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