Se agacha el cielo de plomo
como p’apretar los cerros
y en la cocina los perros
tiritan hinchando el lomo.
Carraspea el mayordomo
que se dirige al galpón,
y entre las carchas, un pión
que está sobando un ronquido,
da un salto medio dormido
y enderieza pa’l fogón.
El viejo Don Irineo
que ha yerbiao dende temprano,
le ofrece un mate orejano
que ya no entra en su rodeo;
pa’ sacarse el gusto feo,
el pión, lo chupa y saliva,
junto a las brasas estriba,
pita, bosteza y al rato
encojiéndose a lo gato
sale mirando p’arriba…
Las nubes, zainas escuras,
le cierran el paso al día
y una lluvia lenta y fría
baja dende las alturas.
Por entre las dentaduras
de la sierra, cruza el viento,
peina el pasto amarillento,
trepa luego a la cuchilla
y al dirse, en el coronilla
deja colgao un lamento.
Dando el anca a la garúa,
guapiando contra la escarcha,
la hacienda empapada marcha
junto al alambrao de púa.
La llovizna continúa,
se corta el agua en ramblones,
rebalsan los cañadones,
echan humo los baguales
y gime en los pastizales
el frío de los pichones.
Lo mesmo que pilchas viejas,
grasientas y amontonadas,
rumean quietas y echadas
entre el pajal, las ovejas.
El lechuzón, tuito orejas
que está en su guarida atento
se asoma a cada momento
y luego al quedar callao,
parece un fraile parao
en la puerta de un convento.
En el arroyo projundo
de tala y chalchal cubierto
parece que hablara un muerto
con la voz del otro mundo.
Juego azufrao de un segundo
tras el estruendo revienta,
de miedo el tero se asienta
y el hornero embravecido
¡canta el triunfo de su nido
desafiando a la tormenta!
(Minas, ROU, 1930)
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