Medio como retaciada
de a rato en rato perdido
he dejao como al descuido
la tropilla bien tuzada,
patas bien desranillada’,
la cola corta al jamón,
y en un gatiao redomón
afiné todo mi empeño
porque va a venir “el dueño”
que’s el hijo del patrón.
El mocito que se ha criao
pegadito a mis talones
jugueteando en los galpones
con pilchas de mi recao,
compadrito y entonao
pa’ entrar en conversación,
siempre afilaba un facón
que yo le hice de una lata,
limpiándolo en la alpargata
soñando con que era un pión.
Con tres marlos del chiquero
le hice un par de boleadoras,
y él se pasaba las horas
con su cachorro ovejero;
por bolear algún cordero
que andaba por la bebida
casi siempre’n la embestida
de apurao las enredaba,
y una palabra largaba
de’sas que tenía prohibida.
Un día lo hallé llorando
sentadito en el galpón
y sentí que un lagrimón
el labio me iba salando,
despacio me fui arrimando,
no sea que se me apocara,
pero una sonrisa clara
al verme, le floreció,
de mis piernas se prendió
y yo me limpié la cara.
El tiempo que atropelló
como pa’ enseñar los años
le dio el primer desengaño
de su vida, y lo apretó;
el perro se le murió
y la yegua que él quería,
el padre se la vendía
porque s’hizo rodadora
pensando con la señora
que pa’l chico no servía.
Después que me casorié
y me dieron de puestero
ya no fui el compañero
de su día y lo estrañé,
por eso le regalé
el gatiao que aquí comento.
Un mensual me trajo el cuento
de que’l muchacho hoy vendría
a pasar conmigo el día
¡la pucha que’stoy contento!
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