Yo tengo un
recao de andar
viejito
como su dueño,
confidente
con los sueños
que han
muerto sin despertar.
Lo armé
para reserear
y anduvimos
por las huellas,
sin que nos
hicieran mella
distancias
ni travesía;
hasta que
en esa porfía
se fue
apagando mi estrella.
Entre
memorias de afectos
se quedó
apegao conmigo,
y con gusto
me prodigo
en
mantenerlo completo.
Hace rato
que está quieto
en un
rincón de la pieza,
en
ocasiones de mesa
y en otras,
sirve de asiento
para atar
mi sufrimiento
al correón
de la pobreza.
Aunque no
somos iguales
por
idénticos carriles,
van pasando
los abriles
con
macollajes de males.
Él ya no
encima baguales
para
entibiar las bajeras,
y yo con la
bichoquera
que me va
dejando enclenque,
vivo
embramado al palenque
del que no
se recupera.
Hace mucho
estoy varao
en la
estancia del amigo,
que me da
carne, abrigo
y plata que
no he ganao.
Me llaman
“acreditao”,
nombre que
viene de lejos
cuando los
criollos parejos
que
supieron ser patrones,
¡jamás
echaron a peones
que se iban
poniendo viejos!
A trancos
de la matera
tengo sitio
pa’ mi solo,
me visitan
los chingolos
y las
palomas caseras.
De vez en
cuando me espera
algún peón
para yerbear,
y al entrar
a recordar
alguna
hazaña pasada,
¡es como el
agua sagrada
que me hace
resucitar!
Pero esa es
una salida
transitoria
de las penas,
por el
cauce de mis venas
se va
licuando la vida.
Con estas
prendas curtidas
de mi recao
bien habido,
se amadrinó
el renegrido
mancarrón
de mi destino;
¡que galopa
en el camino
del tiempo
que me ha vencido!
Versos de Roque
Bonafina
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