(Fragmento)
Rasgando el brumoso poncho
de una noche sin estrellas,
clareando rastros y huellas
y surcos del campo en flor,
una ancha faja rosilla,
que allá por el este sube,
arrea la última nube
trenzando el primer albor…
Con la luz de la alborada
que colorea el horizonte,
pumas y gatos del monte
ya dejan de matrerear;
relinchan los yeguarizos;
alzan vuelo los caranchos,
y abren las puertas los ranchos
dejando a la luz entrar.
En las cocinas, los peones,
después de un sueñito largo,
se prenden al mate amargo,
al churrasco y al porrón;
y cargadas hasta el tope
tiradas por sus masetas,
salen las viejas carretas
con los cueros, del galpón…
En los postes y alambrados,
en los sauces y los talas,
se va el zorzal en escalas,
y abajo, escarba el tatú;
mientras por entre las zarzas,
se pierden con sus gambetas,
las perdices martinetas
y el perseguido ñandú.
A los gritos del resero,
chirleados por los cuadriles,
vienen novillos cerriles
por el gran camino real;
y bajando a la laguna
siguen al tero en comparsas,
los flamencos y las garzas
que se alzan del fachinal.
De un buey viejo en la osamenta,
que allá quedó entre los fangos,
pellizcan cuervos, chimangos
y los perros en montón;
la yegua llama al potrillo;
mientras los peones mensuales
trabajan en los corrales
imitándolo al patrón.
Versos de Bartolomé Rodolfo Aprile
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