Un picazo rabicano
calzao de las cuatro patas,
cuya presencia delata
ser un flete soberano.
Montao en él, un paisano
viene silbando y se ve
lucir con gran altivez
en rastra, bastos y pretal,
hecha en oro una inicial
con las letras F.B.
Una madrina tobiana
zarca del lao de montar,
viene del gaucho a la par
cabrestiando muy ufana.
El gran cencerro desgrana
sus sones por el sendero
y el silbo del tropillero
junto a ellos es canción,
que alborota la extensión
con el gritar de los teros.
Pisándole los garrones
a su mama, un potrillito,
ensaya algún galopito
pa´ mostrar sus condiciones;
ya ha de ganar sus galones
cuando llegue a ser mayor,
y si conserva el color
lucirá como ninguno,
porque es tobiano lobuno,
difícil que haya mejor.
Más atrás, como jugando,
viene al tranco la tropilla,
mordizquiando la gramilla
que la hueya está bordeando.
Viene dispacio avanzando
un malacara, un gateao,
un peticito tostao,
un alazán como de oro
y un potro tobiano moro
junto a un tordillo bragao.
Al final, algo atrasao,
vivaracho como gama,
viene un pingo que la fama
se ganó de reservao.
Es un brioso colorao,
cabos negros, linda alzada,
que refleja en su mirada
un ansia de andar caminos,
lo llaman “El Argentino”,
poco nombre, cuasi nada.
Félix Bánez, el paisano
que es dueño de esta zoncera,
allá va y es cual bandera
del agitar de su mano.
Se va perdiendo en el llano
esta imagen del pasao,
y brindándole un legao
a este gaucho y su tropilla,
el sol, se parte en astillas
en la plata del chapiao.
Versos de Arnoldo Daniele
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