martes, 26 de abril de 2011

MENSUAL DE CAMPO

¿En qué potrero lejano
se prolongará su marcha
sobre dureza de escarcha
o trebolar de verano?
¿Tras qué ternero orejano
o rastro de yeguarizo,
en el pangaré mestizo
o el malacara lunanco,
irá recorriendo al tranco
el horizonte rojizo?

Lo enlutaban la golilla
y el sombrero con ribete
y andaba siempre paquete
de bota de cabritilla;
sólo adornaba una hebilla
su cinto de cuero crudo;
era fuerte, corajudo
y serio como un facón,
de poca conversación
pero atento en el saludo.

Debajo del cojinillo
acostumbraba llevar
la cuchilla de cuerear
de corvo cabo amarillo;
tenía un recado sencillo,
corto a la usanza surera,
y al borde de la encimera
la california tocaba
con ruido seco de aldaba
la llave torniquetera.

Con parecido reflejo
al de su sonrisa franca,
la cincha de lona blanca
listaba el apero viejo;
tusaba liso y parejo
dejando un martillo bajo,
y usó para su trabajo,
con escondida jactancia,
en vez de los de la estancia
los dos caballos que trajo.

Uno, liviano y ligero
-el pangaré ya nombrado-
tenía paso recortado
y laya de parejero;
arrollado, coscojero
y pronto para montar,
aunque manso en el andar,
cualquier madrugada fría
en el arranque podía
arrastrarse a corcovear.

La estampa del malacara,
salvo el anca defectuosa,
era bruñida y vistosa
del lomo a la frente clara;
reciedumbre de tacuara
que en cada nudo reluce,
ancho y renegrido el tuse
y brasa encendida el pelo,
como si tal cosa al suelo
tumbaba una vaca al cruce.

Hombre y caballo parecen
unirse en una figura
sobre la larga llanura
por donde desaparecen,
y entre vislumbres que mecen
su incertidumbre en un giro,
aun imagino que miro
su porte cuando se fue,
montado en el pangaré
y el malacara de tiro.

Versos de Miguel Domingo Etchebarne

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